Carlos Guillermo Doyle, el agente Militar británico que estaba presente en Tarragona durante el asedio de 1811, también contribuyó para que el gobierno en Cádiz reconociera el rango y sueldo de Agustina de Aragón fuera de Zaragoza. Nuestra historia comienza en aquella ciudad...
“Mi querido coronel, la defensa de esta ciudad se sitúa entre los
sucesos más milagrosos de los anales de la historia militar que jamás había
escuchado. Por consiguiente, tomaré la libertad de escribirle una breve
descripción de lo que pasó. Si le pareciera suficientemente interesante le
ruego que la ponga en conocimiento de Su Majestad el duque de York. Confieso
como hombre militar que nunca he pasado dos días tan interesantes como ayer y
hoy, inspeccionando la totalidad de estas gloriosas ruinas”.
Son palabras del teniente general Carlos
Guillermo Doyle del ejército británico quien llegó a Zaragoza en agosto 1808,
unas semanas después del primer sitio, trayendo consigo un viajero inglés
llamado Charles Richard Vaughan. Fueron recibidos por las autoridades militares
con honores e invitados a inspeccionar todos los lugares donde
habían ocurrido los combates. Se presentó ante ellos una visión dantesca de edificios
reducidos a escombros en una ciudad donde no había quedado ni una sola casa
intacta. En todas partes se observaron en el suelo grandes cantidades de
proyectiles que los franceses habían disparado. También encontraron las
señales de locura y de la desesperación cometidos durante los
combates cuerpo a cuerpo, cuando los defensores se lanzaron un ataque para
expulsar el ejército francés que ya había penetrado dentro en la ciudad. Las
pruebas de la ferocidad aún estaban salpicadas en cada rincón, en las
escaleras, en los pasillos e incluso en las habitaciones de las casas. Pero
sobre todo, lo que les impresionó más a los visitantes era la historia de la
extraordinaria actividad y recursos de los defensores.
Mariscal de Campo Carlos Guillermo Doyle |
Conviene recordar aquí la historia de Agustina.
Según los británicos que la conocieron, era una mujer joven y atractiva de 22
años procedente de una familia humilde. Llevaba una insignia de honor bordada
en la manga de su túnica con la palabra Zaragoza y recibía un sueldo igual de
un soldado de artillería del ejército español.
Agustina Zaragoza. |
Durante
los combates en Zaragoza, las mujeres e incluso los niños se organizaron para
abastecer a los combatientes con agua, municiones y primeros auxilios para los
heridos, llegando a poner en peligro sus vidas tanto como la de los soldados,
pues, sus bajas eran iguales de altas.
El
día que la cambió la vida para siempre a Agustina fue cuando se acercaba a la
barricada que protegía el puerto del Portillo, donde el devastador fuego
enemigo había diezmado a los defensores que ya yacían en el suelo muertos o mal
heridos. Ante tal carnicería otros defensores se habían quedado aturdidos y el
cañón, que tenían en la barricada, todavía llevaba su carga sin disparar. Era
en este momento crítico que la fortaleza de esta mujer la hizo actuar sin
vacilar. Cogió una mecha de la mano de un artillero herido y disparó el cañón.
Enseguida subió encima de la misma boca de fuego y desde ahí desafió al
enemigo, jurando a pleno pulmón que no abandonaría el cañón con vida. Al ver su
ejemplo, más defensores corrieron para unirse a ella y repeler el ataque del
enemigo. Su acto salvó el día, y lo que es más, sirvió para inspirar no solo a
sus contemporáneos sino también a las generaciones venideras.
Monumento en Zaragoza |
Sin embargo, el futuro traería grandes
dificultades para ella. Pasaron cuatro meses y los franceses volvieron a atacar
la ciudad, sometiéndola a un asedio que duró hasta febrero del 1809. Palafox y
Agustina, ambos enfermos con la fiebre que arrasaba la ciudad, fueron hechos
prisioneros y el hijo de ella, de solo cinco años, murió. Había perdido todo.
Creyendo que iba a morir pero conscientes de su
importancia, los franceses decidieron mantenerla bajo guardia en el hospital.
¿Cómo saldría de ahí? Pues, seis meses
más tarde la encontramos paseando por las calles de Sevilla y de Cádiz, de
nuevo en compañía del militar británico Carlos Doyle quien la presentó a varios
escritores ingleses, incluyendo el poeta Byron que le proporcionaría un lugar
de honor en su poema Childe Harold. Otro escritor, Sir John Carr,
pasó una tarde conversando con ella y Doyle. Describió más tarde la apariencia
de Agustina de la siguiente manera: “Estaba bien vestida con la
mantilla negra. Su piel era clara de color oliva y su rostro suave y
agradable. Sus
formas eran perfectamente femeninas, abiertas y simpáticas”.
Lord Byron |
Ella contó a Sir John como las centinelas que la
vigilaban en el hospital habían bajado la guardia al darla casi por muerta,
cuando en realidad había recuperado lo suficiente para aprovechar tal descuido
y planificar su extraordinaria huida. Al lograrlo, se dirigió primero al
sureste, donde encontró las fuerzas del general Blake a tiempo para participar
en la batalla de Alcañiz, y después viajó a Sevilla. Durante la misma
conversación, Doyle comentó a Sir John que Agustina no acostumbraba de hablar de sus propias
experiencias sino siempre hablaba apasionadamente sobre los actos heroicos de
otros combatientes de los asedios.
Sir John Carr 1809 |
Fue Doyle quien la llevó a Cádiz y por un
propósito noble, la de resolver las problemas de Agustina. Resulta que el rango
y el sueldo de sargento que primero le fue otorgado en Aragón por Palafox, no
tuvo su reconocimiento en otras regiones del país y Agustina estaba
desamparada. Doyle se topó con grandes dificultades para que las autoridades la
reconocieran como miembro pleno del ejército español, y ella, lejos de quedarse
pasiva en el asunto, solicitaba el rango de capitán. Doyle escribió al ministro
de la Guerra, Antonio Cornel Ferraz Doz y Ferraz, afirmando que Agustina: “No
solo cumplió el deber de un soldado valiente pero su ejemplo sirvió para
inspirar el heroísmo de otras mujeres, como se ha verificado en el primero y el
segundo asedio de Zaragoza cuando aquellas heroínas admirables soportaron los tormentos de la guerra, arriesgaron sus
vidas y se mostraron dispuestos a morir a manos del enemigo.”
Pero esto no era todo, la Royal Navy, presente
en Cádiz, también tomaron cartas en el asunto a favor de Agustina. El almirante
John Child Purvis hizo alarde a su heroísmo, recibiéndola a bordo el Buque de
guerra HMS Atlas con todos los honores y con los infantes de
marina formados en filas. Se escucharon a algunos de los marineros decir, “Espero
que hagan algo para ella, lo merece”.
De regreso a tierra, y en compañía de escritores
ingleses, ocurrió una escena interesante descrito por Sir John Carr en su
libro. Se dio la circunstancia de que Doyle había recibido una carta de Palafox
desde Pamplona que deseaba leer a Agustina en voz alta, como si fuera su jefe
que le hablara. El contenido de la carta era dura, Palafox se encontraba en un
estado miserable y enfermo y los franceses además de maltratarle, le habían quitado
todo salvo su camisa.
Sir John observaba con atención la cara de
Agustina mientras ella escuchaba atentamente las palabras de Palafox y cuando
se pronunciaba el último adiós, vio como una
lágrima resbalaba lentamente por su mejilla. De repente, la expresión en su
cara cambió y con fuego en los ojos y sus manos apretados exclamó: “ai!,
estos vulgares invasores de mi tierra, estos opresores de su gente, si el
destino de la guerra sitúa cualquiera a mi alcance, les pasaré por el cuchillo
al instante.” Doyle quedó muy impresionado con la manera como hablaba
y ninguno de los hombres presentes dudó de que llevara a cabo su promesa, si la
oportunidad se presentara.
Al final, le fue concedida el rango y el sueldo
de Alférez en el ejército español con reconocimiento en toda la península, toda
una estatus sin precedentes para las mujeres. A partir de entonces, tuvo muchas
oportunidades de combatir a los invasores en Tortosa, en Teruel y con dos
grupos de la guerrilla, incluso tomaba parte en la gran y definitiva batalla de
Vitoria. Llevaba su uniforme y sus medallas hasta su muerte a la edad de 71
años. Sus actos son recordados todavía.
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